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- La #Cuba censurada
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Pantalla Cubana HD
martes, 29 de abril de 2014
Los cubanos discuten. Gritan. Casi todo el tiempo y de cualquier tema. Se juntan en las plazas, los parques, las veredas. Y discuten. El tema puede ser la pelota (como llaman al béisbol), el fútbol (la rivalidad entre los seguidores de Messi y de Cristiano es feroz) o la partida de dominó y una ficha mal colocada. Todo es motivo de discusión a los gritos. Todo menos la política.
De política no se habla en la calle. “Decís cualquier cosa y te pueden meter preso”, explican. Son conversaciones que quedan para la intimidad. Y sólo si hay confianza. El volumen de voz baja considerablemente, por las dudas. No vaya a ser que alguien pase justo por la vereda y escuche algo indebido.“¡Oh, Argentina, la tierra del Che!”, se entusiasma un mendigo amante de Bob Marley en Santiago de Cuba. Dijo que le gusta el Che, pero cuando le preguntamos si más que Fidel se le transforma la cara. Se pone serio y nos dice: “Bueno, ustedes saben que aquí hay determinadas cosas de las que no se puede hablar. Hay espías por todos lados”. Podría ser un delirante que vio mucha ciencia ficción. Pero no. Seguimos averiguando y son muchos los que ratifican el miedo. En cada cuadra están los presidentes de los CDR (Comité de Defensa de la Revolución), que se suman a todos los que colaboran con los servicios de seguridad. Los carteles en la vía pública lo reconocen. “Siempre vigilantes, defendiendo la revolución” o “Con la guardia en alto”, dicen.
El adoctrinamiento es una constante en la Cuba revolucionaria. Comienza en la escuela primaria, donde al izar la bandera todas las mañanas los chicos deben repetir una frase: “Pioneros del comunismo, seremos como el Che”. Si alguno se niega a decirlo sus padres pueden ser citados. ¿Y si yo no quiero ser comunista? ¿Si no quiero ser como el Che? Bancátela.
La vía pública se parece a una propaganda constante del Fútbol para Todos. Frases cortas y efectivas pintadas en cualquier muro disponible. Y los protagonistas son Fidel, Raúl, el Che, Camilo Cienfuegos, Martí, la revolución, el imperialismo o el bloqueo. “Con Fidel y Raúl siempre”, te obligan. “Patria o muerte”, te fusilan. “A la felicidad se llega a través del trabajo”, dice la pared de una fábrica. Es odiosa la comparación, pero en la entrada a Auschwitz decía (y dice): “El trabajo libera”.
Durante muchos años a los disidentes los fusilaban o ponían presos por 20 o 30 años. Los tiempos cambiaron, pero el temor quedó instalado. Quizás no vas preso, pero perdés el trabajo o quedás expuesto a multas constantes. “Acá si protestás te ganás un problema, para vos y tu familia”, nos dice un taxista, licenciado en Economía, que sostiene que lo mejor es rebuscársela para ganar más plata y perseverar. “Yo soy revolucionario, pero no socialista. Eso de la igualdad de clases era un locura de Marx y Engels”, nos dice una vez entrado en confianza, sabiendo que por decir eso lo tildarían de contrarevolucionario.
Las multas y persecusiones son moneda corriente. Una mujer no anotó en la libreta de control a unos turistas que ingresaron a alojarse de madrugada. Dice que se olvidó. Al día siguiente, Inmigración lo detectó y le puso una multa de mil dólares. Quizás en un año no llega a juntar esa cifra. Dice que se sintió como si fuera una delincuente.
Un instructor de buceo logró juntar un buen dinero gracias a la propina que le dan sus clientes turistas. Con eso pudo comprar un apartamento y un coche de los viejos. Al régimen eso le pareció sospechoso, le endilgaron no poder justificar los ingresos y le aplicaron el Plan Maceta. Es decir, le decomisaron la casa y el auto. Lo dejaron sin nada. Terminó yéndose a Estados Unidos y asegura que sólo vuelve para visitar a los padres.
Una familia tiene un hijo en Alemania. Gracias a los euros que les gira pudieron construir una casa en un terreno propio. Hacen todos los trámites, pero se pasan un metro de lo habilitado. No sólo los multaron sino que les decomisaron la casa para dividirla en cuatro y repartirla.
Durante muchos años los homosexuales en Cuba eran perseguidos, a pesar de tratarse de una revolución que venía a liberar al pueblo para que todos sean iguales. ¿Iguales a quién? Los nuevos vientos obligaron al castrismo a cambiar y ahora en las calles se ve a los homosexuales más liberados que en muchas partes del mundo. La salida a cualquier régimen que oprime, que persigue, que presiona es de esperar que sea con una explosión de libertad.
Es casi risueño leer y escuchar tantas críticas a Estados Unidos y al imperialismo pero a la vez cruzarse en la calle con tanta gente llevando la bandera yanqui en su ropa. Una gorra, una remera o unas calzas, todo sirve, aparentemente, para dar un grito silencioso.
“Acá los disidentes son pagados desde Miami”, nos dice uno de los pocos defensores del modelo que encontramos. Cuenta que siempre hay discusiones, debates y que todos pueden dar su opinión. Pero en otra charla cuenta con naturalidad que en su propio pueblo había un disidente (“pagado desde Miami”, claro) que organizó una reunión en su departamento y que desde abajo hubo gente que empezó a tirarles piedras. Finalmente ese cubano se tuvo que ir del país. Otro cubano asegura que es posible protestar contra el Gobierno, y orgullosamente dice que las últimas veces fue el propio pueblo el que salió a “defender” la revolución y golpear a los manifestantes. No lograba entender que lo normal es que la policía custodie a esos cubanos que tienen una opinión distinta. Para otro, en cambio, son las propias fuerzas de seguridad las que se en esos casos se disfrazaban de civiles para reprimirlos y que así el régimen pudiera decir que fue el pueblo.
“Lo que pasa es que en La Habana tienen el cerebro lavado por esas radios que escuchan de manera ilegal”, concluye el defensor de Fidel y compañía. Fácil de entender cuando uno ve los únicos cinco canales que se pueden ver o el “diario” que se lee. Ni hablar de las dificultades para acceder a internet. Algunos tienen en la casa pero sólo para enviar y recibir mails; el resto debe pagar la conexión en dólares, como cualquier turista. El caso de Yoanni Sánchez, la bloguera disidente, es más conocido afuera que dentro de Cuba.
Las críticas existen, pero no se escuchan públicamente. Es como si 11 millones de habitantes se viesen obligados a pensar igual. Y no es que se defiende a Cuba, sino a un regimen, que llegó gracias a una revolución, nunca se sometió a elecciones libres, no permite la libertad de expresión y generó que miles hayan tenido que buscar otro lugar para vivir. El propio Fidel, luego del golpe de Estado de Batista en 1952 escribió: “No había orden pero era al pueblo al que le correspondía decidir democráticamente, civilizadamente y escoger sus gobernantes por voluntad y no por la fuerza”.
José Martí, prócer cubano citado a medias por el régimen, se identificaba con el “pensamiento liberal”. Hoy probablemente sería un disidente más, porque las libertades en Cuba están censuradas.
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