No encontramos personas conformes en Cuba. Ni los defensores del
régimen, ni los que critican a Raúl pero salvan a Fidel, ni los que son
fuertemente disidentes. Todos desean algún tipo de cambio. Y el motivo
parece estar a la vista: Cuba es un país pobre que parece darle la
espalda al progreso.
¿Qué se puede esperar de un país donde la mayoría de sus jóvenes sólo se
imagina un futuro en el exterior? Hablamos con varios. Uno de ellos, 21
años, estudia medicina y reconoce que su objetivo es graduarse e irse
afuera. Y que la mayoría de sus amigos piensa lo mismo.
“Sí, mi hijo estudiaba en La Habana, le iba bien, pero a mi ya me había
aclarado que esperaba recibirse para irse. Hoy está muy bien en España”,
nos ratifica un padre.
Una madre, de 26 años, dejó a su hijo de 4 años con sus abuelos y se fue
a buscar un futuro mejor en Quito, Ecuador. Su padre es presidente de
un CDR (Comité de Defensa de la Revolución) y, a pesar de la historia de
su hija, activo defensor del régimen. Se conforma diciendo que se
vienen tiempos de cambio. Inmediatamente viene al recuerdo uno de los
primeros carteles que vimos en la calle en La Habana: “Los cambios son
para más socialismo”.
Uno de los cubanos que está bien cansado del régimen se pregunta hasta
cuándo va a seguir existiendo. “Te anuncian cambios, pero después dan
vuelta atrás, te aprietan y te exprimen hasta los pulmones”, se queja.
Su padre fue parte del ejército revolucionario en la Sierra Maestra. Hoy
es un desilusionado más.
Muchos se siguen considerando socialistas o comunistas, pero imploran
poder progresar, juntar dinero, comprar una casa. Son revolucionarios
capitalistas. “Acá comprar una casa no sale menos de 20 mil dólares”,
nos explica el hijo de un campesino, que es licenciado en Farmacia y
trabaja de eso por la mañana pero de guía turístico por la tarde para
juntar algo de dinero. “Sólo la pueden comprar turistas”, agrega. Suena
lógico. En el mundo capitalista una casa por 20 mil dólares parece
barato, pero cuando el sueldo promedio es de 10 o 15 dólares al mes los
cálculos cambian.

El
problema de la vivienda termina siendo a veces motivo de divorcio. Eso
nos explica una mujer de 70 años, ya jubilada pero que se ve obligada a
seguir trabajando para poder comer. Cuenta que su hijo ya se divorció y
relata que los jóvenes que se casan terminan viviendo en las casas de
los padres de alguno, porque no les alcanza para comprar el techo
propio. Y alquilar se les va de presupuesto. “Yo no quiero ese futuro
para mis nietos”, nos dice en una mezcla de tristeza, frustración y
resignación. Su historia de vida nos deja reflexionando… Cuando llegó la
revolución ella tenía 15 años. Recuerda que su familia era pobre, que
su padre era panadero y que era el único que trabajaba en la casa. Pero
que eso les alcanzaba para tener un plato de comida todos los días. “Hoy
tienen que trabajar todos los miembros de una familia y así y todo a
veces se pasa hambre”, se lamenta. Ya de grande se recibió y trabajó en
una empresa del Estado (todas las empresas son del Estado) durante 30
años. Ahora como jubilada cobra tan sólo 8 dólares al mes, por lo que se
ve obligada a cocinar en una casa de alquiler a turistas.
“Los cubanos trabajamos como esclavos para malcomer y malvestirnos”, nos
dice un camarero en La Habana. El de la ropa es un tema recurrente.
Hace un tiempo se había habilitado la venta de ropa que aquellos que
viajaban compraban en el exterior, pero ahora se volvió a prohibir. Y
los cubanos se quejan de que la local es de muy mala calidad y
comparativamente termina siendo cara. El Che decía que era necesario
crear una conciencia en el nuevo hombre, para que lo material no sea
importante. Después de 55 años, está demostrado que en eso Fidel fracasó
a pesar de tanto adoctrinamiento.

En
Camagüey, un hombre no coincide con el camarero habanero. Dice que hay
mucha gente trabajadora, pero mucha otra que cumple su horario (a veces)
y luego no hace nada. La historia la escuchamos más veces: hay gente
que como tiene lo mínimo garantizado por su trabajo (en el Estado) no se
preocupa por progresar. El de Camagüey se muestra satisfecho. Alquila
dos habitaciones, maneja un taxi, y está todo el día trabajando. El y su
mujer son profesionales, pero no trabajan de lo que estudiaron sino que
viven del turismo. Quien vive del turismo en Cuba está un poco mejor
que el resto. “Somos la clase media cubana”, aclaran. Una clase media
que va al mercado y no consigue los productos que quiere, que incluso
puede tener dificultades para comer bien y que le es imposible comprar
un auto nuevo.
Dicho sea de paso, un Peugeot 206 en Cuba cuesta ¡200 mil dólares!
Aunque ya se comenta que ahora se suspenderá su “venta” por que la firma
inició una demanda.
El hombre trabajador y próspero de Camagüey es de los que pide cambios
en lo económico (sabe que el fruto de su esfuerzo y capacidad podria ser
mucho mayor) pero que se mantengan ciertas cuestiones sociales: la
seguridad, la educación y la salud.
El primer punto es, sin dudas, uno de los aspectos más positivos de
Cuba. No hay o no se percibe la inseguridad. Unos dicen que es por el
temor que impuso el Gobierno, otros que es por las cámaras de vigilancia
(se puede entender en La Habana), y otros porque no hay droga en la
calle. Y es cierto, no se ven a los pibes tirados, drogándose como se
puede ver en lugares de Buenos Aires. “Ya lo dijo Fidel, un turista vale
como 5 cubanos”, nos calma un muchacho que ve nuestras caras de
desconfianza cuando nos indica un camino. “Acá todos vigilamos”, nos
explica el presidente de un CDR. “Tengan cuidado en Santiago, que hay
robos como en La Habana”, nos alertan. Al parecer hay arrebatos, pero no
son la norma. Es que en Cuba hay sensación de seguridad.

Tampoco
se ven pibes en las calles en horario escolar. Todos van a clases, pero
los propios cubanos reconocen que el nivel ya no es el mismo. Hablamos
con uno que es profesor de chicos de quinto grado. Defiende a Fidel por
haber mandado a la escuela a todos los cubanos y defenestra a los
“terroristas” de Miami. Pero de todas formas reconoce que hay profesores
que no se dedican al trabajo y que las consecuencias las percibe en el
nivel de los alumnos que él recibe. En otras ciudades entramos o pasamos
por escuelas y recibimos como respuesta instantánea el pedido de
biromes por parte de los maestros. El nivel y las herramientas ya no
será el mismo, pero lo cierto es que los chicos están donde deben estar:
la escuela.
En el ámbito de la salud es donde las respuestas son más diversas. Lo
que queda claro es que la repetida excelencia de la salud cubana es un
mito, o por lo menos así lo perciben sus propios habitantes. Las
principales críticas apuntan a que para conseguir rapidez y eficiencia
es necesario pagar o tener un contacto. O ambas. Caso contrario se
demoran en atenderte. Necesitás un estudio en particular, más vale que
le pagues algo al responsable, porque sino podés estar meses esperando.
“¿Bueno, pero si llegás con una herida grave en el brazo y no podés
pagar no te atienden?”, le preguntamos a un flaco que fue de los más
críticos que encontramos. “Sí, pero quizás lo resuelven cortándote el
brazo”, contesta, lapidario. Nos debe haber condicionado, porque a
partir de allí empezamos a notar especialmente que había hombres con
extremidades cortadas.
Una política positiva es que hay un médico cada 130 familias. Es una
medicina preventiva, de control. “Pero todo depende del médico que toca.
Nosotros tenemos suerte ahora, con un joven entusiasmado, pero hay
otros que no tienen ganas de trabajar”, nos cuenta un señor conocedor
del paño. Otro hombre lo ratifica, y dice que en el campo es peor, que
quizás esos médicos nunca están.
Los mejores doctores, además, son los que terminan yendo de misión a
otros países. Así ahorran y “les pueden comprar un plasma o un auto a
sus familiares”. Muchos nunca vuelven.
Conocimos la historia de una mujer que tuvo a su hija hace 14 años.
Nació con una paralisis cerebral. En el hospital de su provincia recién
la podían ingresar un mes después para empezar la rehabilitación.
Gracias a un contacto pudo llevársela a una clínica especializada en La
Habana. No todos tienen conocidos.
“¿Entraron a un hospital?”, nos indagan. “Se caen a pedazos, da lástima.
Mi suegro estuvo ingresado… La comida no la tocaba ni un perro y los
baños eran peores que los de una terminal de omnibus”, describe. “Yo me
cansé de tantas mentiras”, se resigna. Entendemos el sentido de su
remera con el aguila y la bandera yanqui.
En Guardalavaca, pueblo balneario y turístico, no hay ambulancias. Mejor
dicho, la hay, pero en la clínica para turistas. Los locales deben
tomar un taxi si tienen una urgencia. Hace unos años, una mujer iba en
la bici cuando fue atropellada por un turista que manejaba una moto
alcoholizado. Vino la ambulancia y se llevó al turista. Hoy la historia
la cuentan entre risas, aunque dan ganas de llorar.
“¿De qué me sirve la salud y la educación si no puedo comer?”, se enoja
otra señora. Explica que las cosas que reciben del Estado con la
libreta de abastecimiento alcanzan apenas para 10 días. El resto del
mes, los que pueden, deben recurrir al mercado negro para poder obtener,
por ejempo, leche y aceite (¡y acá todo es frito!). Y sino deben
comprar en las mismas tiendas que los turistas.

Que
nadie tenga hambre en Cuba es otro mito. Te sentás media hora en una
plaza de Santiago de Cuba y se pueden acercar hasta 10 mendigos pidiendo
limosna. Unos minutos después, en las escalinatas de la catedral,
abrimos un paquete de galletitas en respuesta al enésimo pedido de
plata. Unos 20 se acercaron al instante. “Tengo hambre”, sollozaba un
viejito…
Los errores de la política revolucionaria se visualizan también en los
campos. En un país con un considerable potencial agropecuario, los
resultados están lejos de ser satisfactorios. Las vacas se ven flacas,
la mayoría de los pollos son importados, y el arado sigue siendo
responsabilidad de los bueyes.
Capítulo aparte merece la prostitución. La cantidad de mujeres jóvenes
acompañando a viejos (y no tan viejos) europeos impacta. Las llaman
jineteras. Y también se da con hombres cubanos con mujeres blancas. Cuba
supo ser conocida como el patio de atrás, el cabaret, de Estados
Unidos. Hoy parecería serlo del mundo.

Nadie
está conforme en Cuba. Y se nota. Por eso todos intentan sacar provecho
de los turistas, al punto de volverse insoportables o hasta a veces
tratar de engañarlos. Y los que no tienen contacto con turistas también
buscan sacar ventaja por donde pueden. El médico o la enfermera se
llevan cosas del hospital para el mercado negro, el de la fábrica de
tabaco también y el de la gasolinera no se queda atrás. En ese sentido,
la conciencia comunista funciona a la perfección y unos y otros se
ayudan para sacar provecho de la ilegalidad y el contrabando.
La culpa es del bloqueo yanqui, repiten algunos casi dogmáticamente.
Desde la caída de la Unión Soviética empezó nuestro período especial,
dicen otros. Todo puede tener su grado de influencia, pero son excusas
para tirar la pelota fuera de la isla y tapar los errores cometidos por
el régimen en estos 55 años. Durante décadas, Cuba vivió de la teta
soviética. 20 años después el sistema agoniza y lo único que se
socializa en la isla es la pobreza.
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